martes

CHARLA DEBATE "LOS TÍTERES COMO TRABAJO Y FORMA DE VIDA"








Disertantes: Sarah Bianchi y Pelusa Oliveras








Pelu – Me dice Sarah que como soy de la provincia me toca iniciar la charla. Soy la anfitriona. Empecemos con un aplauso para espantar las mufas. También para darle la bienvenida a ella que es un referente del arte, de lo femenino, de los títeres.




Para seguir con esto yo diría:
Qué saben de mis quimeras esas nubes que se arrastran
y qué mis bolsillos rotos sin una nota gastada
caramelero del sueño que te quedaste en la infancia
Qué sabes de mis poemas y de mis pasos que avanzan
de la timidez del día, de la noche agazapada,
del aguacero completo o de mis sábanas blancas.
A veces rezo con este poema, porque en realidad que saben de mí los que no tocaron mi sangre, decía Pablo Neruda. ¿Cómo explicar la vida y el oficio en tan poco tiempo? Porque es mucho lo que hemos vivido.
Sarah - ¿Cómo se puede sintetizar en mi caso 62 años de titiritera ininterrumpidos? No salteados, porque sino yo tendría de edad más años que Matusalén. Pero fueron 62 seguidos hasta ahora, y espero seguir más. Es difícil, no sé si para los hombres también, supongo que sí. Pero para las mujeres, en mi caso retroceder 62 años, llegar a 1944, empezar a querer hacer títeres con mi maestra y compañera de toda la vida Mané Bernardo, era casi una utopía. Porque de dónde sacar fuerzas, de dónde movilizarnos para hacer viajes, muchas veces muy mal vistos, muy criticados. No solamente por la gente, sino también por luego fueron nuestros colegas titiriteros, porque estaban acostumbrados a ser “los titiriteros”, hombres. Y si acaso tenían a una mujer al lado, era para ayudarlos, para asistirlos, pero el que tenía la voz cantante era él.
En nuestro caso ninguna tenía la voz cantante, pero más de una vez lamentamos no tener el varón al lado porque las dos nos gastamos mucho cargando baúles, haciendo encomiendas, cargando en los trenes, en los camiones, en los micros, manejando las cargas y los pesos. Ahí decíamos por qué no habrá una persona que sea más representativa de la fuerza. Porque los titiriteros, antes de ser titiriteros (se los digo muchas veces a los jóvenes), están eligiendo un camino de vida, que no es fácil en ningún sentido y que sin vocación y sin sensación de que con el títere se pueden lograr muchas cosas, mejor no emprenderlo. Ese camino está lleno de dificultades. Como diría María Elena Walsh, tantas veces me han enterrado, tantas veces resucité… Y nos a pasado esto, por lo menos en el caso nuestro fue así. Muchas veces, desde la primera, que fue quemarnos el teatro. Ese de 1944, el Teatro Nacional de títeres. Lo habíamos creado con todo nuestro amor, con nuestro deseo de llevar una larga trayectoria, de vincularnos al extranjero, ya que podía ser una cosa nacional. Todo esto por razones políticas se frustró, molestaba que tuviéramos con los títeres. Un cable, que casualidad, incendió todo. Se quemaron los 80 muñecos y el teatro. Por supuesto desapareció el Teatro Nacional de títeres.
Pelu – Por que ustedes en realidad sacaron el títere del lugar donde están ahora, que es la Casa de Gobierno, la Legislatura… Ellas los pusieron un lugar digno, dignificante…
Sarah – Con muchas esperanzas. En el 46, estando todavía el Teatro Nacional de títeres, se acercó a la función un personaje que admirábamos tremendamente. Había visto la función y se acercó a saludarnos y a vincularse con nosotras. Era Vittorio Pobreca, que había vivido todos los años de la guerra en América, porque no podía volverse a Italia. Lo pescó la guerra acá y se quedó, arreglándose como podía para sobrevivir. Él decía: “Abro los ojos a la mañana y me pongo a pensar cómo voy a hacer para darles de comer a las 18 personas que formaban mi compañía.” Esa persona después de tantos años, quería agradecerle a la Argentina el asilo que le había dado. Entonces decidió que iba a hacer una propuesta. Nos la trajo a nosotras y le dijimos “preséntela es maravillosa”. Era crear en Buenos Aires la escuela de marionetistas, porque casi todos éramos titiriteros de guante y él tenía los famosos “piccolos de Pobreca”, sus marionetas. Crear la escuela, donar todo el material del teatro a la Argentina, a cambio de lo cual él iba a ser el director de esa nueva entidad por 3 años. No, no fue. El Gobierno de turno dijo para qué. Pobreca cargó toda su obra, sus baúles y se volvió a Italia. Nosotros perdimos de tener, ya desde esa época, una escuela de marionetistas.
Así se fueron sucediendo las cosas. Muchas veces con Mané quisimos crear una verdadera escuela de titiriteros, pero no, no se logró. Recién mucho después, en el San Martín Ariel Bufano, que era un luchador como nosotras, pudo poner la escuela de titiriteros. Pero nunca fue una cosa a nivel nacional como debió haber sido.
Nuestra existencia fue ir viviendo cómo podíamos; viajando mucho, con todo a cuesta; tratando de vivir de los títeres. No solamente de las funciones, sino de todo el entorno que podía uno unir al teatro de títeres. Es decir, escribiendo, dando clases, haciendo conjuntos. Así sobrevivimos hasta hacernos más conocidas, hasta ser invitadas a varios lugares. Así surgió nuestra profesión titiritera. Yo lo pongo como primera opción cuando me preguntan ¿profesión? Titiritera. Yo soy profesora de letras, soy maestra también, pero todo eso lo aplico a los títeres. Mi profesión es titiritera. Cuando fui a sacar mi primer pasaporte, había que declarar la profesión, Yo dije: - Titiritera.- todos me dijeron que eso no era una profesión. Yo estaba con tanta furia que no quise decir mis títulos. Volví a decir: - Titiritera- Y el tipo: - ¿Pero de qué vive?. – De los títeres. - ¿Qué hace? – Hago títeres, doy clases con títeres. – ¿Entonces es maestra? – No, titiritera. Y seguimos así un rato hasta que vinieron dos o más empleados. Discutieron y se acercaron, entonces uno me dice: - ¿Y si le ponemos ama de casa? – Que no, soy titiritera. Entonces otro más lúcido dijo: - Mirá terminemos ponele artista. Y fue maravilloso, porque no decía qué clase de artista, ese pasaporte me permitió entrar en Francia, en París entrar gratis a todos los espectáculos de teatro.
Bueno de estas aventuras miles.
Seguimos, creamos nuestro propio teatro. Después de esta experiencia con el estado lo hicimos en forma independiente. Así nació el Teatro Libre de títeres.
Cuando fundamos el Teatro Libre de títeres, era el primer gobierno de Perón. La palabra libre no podía correr. Los teatros libres estaban sacados. Nos borraron de todo por la palabra libre, de manera que tuvimos que sacarla y quedamos como Teatro argentino de títeres. Pero cuando aparecía ”Actúa hoy un teatro argentino de títeres”, no significaba nada. Entonces cansadas, decidimos que le íbamos a poner nuestros nombres “Títeres Mane Bernardo y Sara Bianchi, con el que seguimos hasta la desaparición de Mane en el año 91. De ahí en más seguí yo sola, pero como los títeres del Museo argentino de títeres.
Entre medio seguimos con como era considerado el títere. Nosotras queríamos hacer un trabajo realmente profesional. Queríamos participar como actores, queríamos un resguardo. Entonces fuimos a la municipalidad, pero allí nos dijeron que no tenían donde anotarnos. Fue así que para pode trabajar para cosas oficiales nos pusieron en el rubro “perros amaestrados – titiriteros”. Así entramos a trabajar para la municipalidad.
De allí en adelante comenzamos a hacer todo a nombre nuestro, como “Títeres de Mane Bernardo - Sara Bianchi. Nos dejaron seguir trabajando, después de la caída que tuvimos con lo de libre, siempre un poco sospechadas. Una vez firmamos algo por los derechos humanos y de nuevo nos prohibieron. Así seguimos con momentos que pasamos más fácilmente y en otros momentos lo que vivimos fue más grave.
En el 76, un día llegó a mi trabajo un decreto del intendente declarándome subversiva. Fui echada de todos los cargos, horas cátedras, de todo. Me decían que desapareciera, que me fuera. Finalmente sobreviví otra vez, después de estar declarando en la policía mucho tiempo, con un oficial haciéndome preguntas mientras jugaba con un revólver… y yo del otro lado del escritorio. Finalmente después de haber respondido al interrogatorio con la verdad, este señor tomó un teléfono, no sé con quien habló, y dijo ¿Qué mierda quieren que le siga preguntando a esta mujer? No sé que le contestaron, pero me dijo: - Se puede ir. Habían pasado dos días.
Muy difícil. Cada vez que sonaba el timbre yo creía que venían a buscarme.
Me costó dos años para poder retomar mis horas. Sólo me las dieron después de firmar un protocolo por el que declaraba que me había ausentado por mi voluntad. Entonces perdí dos años de mi antigüedad en el cargo.
Pero yo soy taurina, cabeza dura y dije de acá no me mueven, yo quiero hacer mi obra para mi país. Varias veces a Mane y a mí nos invitaban a trabajar afuera, sobretodo en Italia. Claro yo soy Bianchi y tenía una entrada muy fácil en Italia, aunque nunca tuve el doble pasaporte. Trabajé allí y me querían contratar para que me quedara. Pero yo dije soy argentina y mi obra es para mi país. No me importa el gobierno que sea, pero el país es mío. Aquí me siento dueña y me tienen que respetar como argentina. En otros lugares uno se siente extranjero y no puede opinar porque no conoce cómo es la cosa. Acá no. No me van a cerrar nunca la boca, no me van a impedir que diga lo que pienso.
Bueno esa es mi trayectoria titiritera… le dejo el lugar a mi compañera.
Pelu – Ante esta trayectoria una se queda sin palabras.
Voy a decir que mi nombre es Luisa, pero desde chica me dijeron Pelusa. Como sobrenombre… y lo adopté para mi vida cotidiana y para mi vida artística. Pero en realidad en aquella época, en el sur del sur, en Malargüe donde vivíamos, donde crecí, donde pasé toda mi infancia con mis hermanos (somos muchos), para lo lúdico, para mis juegos, era Luisa Estela del Carmen Oliveras, condesita de la Barquera. Condesita de la Barquera porque las cuenta cuentos, la gente anciana que se acercaba a contarnos sus historias, como la abuela Luisa, nos traían cuentos de Condes, aunque en la Argentina nunca hubo condes ni reyes. Entonces a mí me parecía una maravilla ser la condesa. La abuela Luisa nos contaba historias truculentas, policiales. Recuerdo la de aquella mujer, que cuando vuelven los patrones del cine, les presenta un hermoso cerdo cocido al horno y resultaba ser en realidad el hijo.
Entre esos cuentos crecí yo. Entre vías de ferrocarril, entre durmientes, entre las corrihuelas. A mi madre le decían: - ¡No plante nada doña Estela, aquí no crece nada! Y con el viento malargüino que corría por meses, ella tozudamente trabajaba la tierra y por ese tesón yo sé que soy titiritera. Porque la vi a mi madre plantar, regar, cuidar y después todo eso se convirtió en una alameda, con jardines maravillosos.
Mi padre era un amante de las gallinas, las criaba, tenía incubadoras. Tenía dos gallineros enormes, donde nosotros les contábamos los cuentos de las condesas y de las princesas a las gallinas. Hasta que un día el gallo se enojó y no tuvimos más remedio que seguir nuestra docencia detrás de un alambrado.
Me acuerdo que “El mundo infantil” llegaba tardíamente a Malargüe y tardíamente lo leíamos y recortábamos y jugábamos, sin saber que yo estaba haciendo títeres. Pero no títeres de mesa, sino títeres de suelo, porque en el suelo pegábamos las figuritas sobre cartón y les dábamos vida en el suelo, en un suelo de cemento lustrado. Yo creo que ahí empezó este amor, sin saberlo, por el mundo mágico. Lo taumaturgo que tiene cada uno y sin saberlo lo va desplegando, lo va despabilando.
También entendí, a lo largo del tiempo, que el cordón umbilical tiene un sentido. El cordón que nos cortan cuando nacemos no es más ni menos que el ovillo que nos dan para que tejamos nuestra propia vida. Así tejiendo, tejiendo afanosamente, con puntos preciosos, pasó mi infancia.
Pero allí no había secundario, por eso nos vinimos a Mendoza. De la cocina a leña, de la tierra, de las durmientes, de esos plumeritos que uno sopla y vuelan por el aire, de las lagartijas, de las arañas pollitos, pasé a un mundo de cemento, a una cocina de gas, a un mundo que me era ajeno.
Pero gracias a ese reservorio que tenía yo pude ir caminando en la ciudad, amansándola dentro de mí, incorporándola como tenía incorporado el campo. Me acuerdo las cabras que hemos ordeñado, cabras ajenas. Acá me faltaba eso. Me faltaba lo agreste, el viento, la laguna. Me faltaban los flamencos.
Empecé a encontrar otra cosa. Ingresé a cerámica. Entonces ese tejido que había tejido y que no sabía muy bien que se me había agujereado, lo empecé a remendar, a destejer y volver a tejer. A veces me gustaba un punto y lo seguía tejiendo, hasta que me daba cuenta que no iba por ahí.
Me recibí en cerámica y no era lo que yo quería, entonces destejía, destejía, destejía. Y un buen día leo: Curso de teatro de marionetas. Como la plástica la tenía incorporada, por el barro, el barro con el que jugábamos en las acequias, con el que hacíamos castillos, en ese Malargûe infinito, empecé a amar la arcilla porque me daba la posibilidad de hacer máscaras y a esas máscaras, ponerles vida. Terminando el taller de marionetas pasé al de guante y cuando me calcé el guante, voy a decir como Florencia de la V, me subí a los tacos y nunca me bajé de ellos. No dejé nunca más el teatro de guante.
En esa época a mis manos llegó un libro maravilloso, maravilloso, por el cual empecé a amar a dos mujeres, que hacían con sus manos y con algún elemento, maravillas. Un día, personalmente, ya casada, nos instalamos en Buenos Aires, y vi una escena de estas mujeres, de un organillo hecho con manos y algunos pequeños elementos que yo adoré. En el teatro de títeres, siempre hay un número de manos, porque me parece que la expresión máxima y más pura es la mano desnuda y algún elemento.
En ese andar, y tejer, y amasar, un día lo conocí a Luciano. Casi aparejadamente, después de haber vivido la creación de U.N.I.M.A., que es la unión argentina de marionetistas. Después me enteré que estaba la A.T.A., la asociación de titiriteros argentinos…
Sarah – Que fundamos con Mané.
Pelu- Ahí me fui enterando de un mundo mucho más grande que el de Malargüe. Porque cuando yo vivía en Malargüe decía San Rafael y me parecía Buenos Aires.
Hago un paréntesis. En Malargüe teníamos religión. Entonces un día llegó a visitarnos Eva Duarte y Perón. Yo no entendía porque la Eva del paraíso seguía llamándose Eva, pero Adán había cambiado su nombre por Perón. Yo pensé que mal debe haberse portado este hombre para que le hayan cambiado su nombre.
Conocí muchos titiriteros, porque a fines de los ’60 , principio de los ’70, observé, escuché a gente maravillosa, que hacía títeres de guante. A montevideanos, a brasileños, hacíamos seminarios. Era una época en que el movimiento era tan genuino, que estábamos ávidos por aprender, por pasarnos señales de cómo podíamos hacer. Del norte al sur, del este al oeste, nos juntábamos en distintas partes, todos los años, los titiriteros para intercambiar emociones, experiencias, trabajos.
Fue una riqueza que fui tejiendo apasionadamente.
También fui echada. Estaba trabajando en un taller de títeres en Godoy Cruz. Como titiritera era ayudante de una maestra jardinera. En el ’76 tenía un libro de Checoslovaquia sobre títeres. Entonces me dice un capitán, que suplantó al intendente, ¿qué es este libro?. Es una maravilla, le digo, es de Checoslovaquia y trae tanta información. Al otro mes no pude trabajar más. Me echaron. En esa época no se podía trabajar por 5 años al que echaban por un problema político.
Pero yo seguí trabajando. Trabajé en un instituto para discapacitados. Trabajaba con la fonoaudióloga, yo no sabía de fonoaudiología pero sí de títeres. Teníamos un chico hipoacúsico. Su mamá hablaba, porque había sido reeducada. Ustedes saben que los mudos tienen deteriorado el oído pero no la voz. En realidad no hablan porque no pueden escuchar. Bueno ella había sido educada en un colegio donde le habían enseñado a hablar pero su voz no tenía tonalidad, no tenía matices. El papá era sordo y solo balbuceaba. El niño tenía 5 años, era un chico muy inteligente. Probablemente vio miradas de la gente, que lo hacían sufrir, cuando estaba con sus padres y como respuesta se ensordeció. Yo venía de un taller en el que conocí, entre otros, a Laura de Vetage y había hecho una ardilla. Era importante que ese animal nosotros no lo conocemos. Entonces llevé esa ardilla y le propuse a la fonoaudióloga trabajar con ella para destrabar, para conocer que le pasaba a ese niño. Había un gran espejo y yo estaba detrás. El niño se daba vuelta, para no mirarse. Yo empecé a hablar con el títere y el niño se quedó fascinado. Se levantó le dio la mano a la ardilla. Yo no existía, aunque el sabía que yo movía la boca. Entonces el “como sí” del teatro se produjo. Se fue atrás, a la casa de las caseros, donde había un gato y le mostraba el títere y le decía – Hoooola-, lo mismo que le decía la fonoaudióloga. Le enseñaba al títere lo que la fonoaudióloga pretendía enseñarle y que nunca quiso aceptar el chico que escuchaba algo. Un día estando en la cabina, tomó el títere y salió. Empezó a mirar y era un avión. Allí descubrimos que era hipoacúsico y no sordo total. Después de esta experiencia dije esto es más potente de lo que yo creía.
Luego empecé a trabajar en la “Pequeña comedia mendocina”. Dejé la “Pequeña comedia mendocina” con toda mi trayectoria de búsqueda, de participación en encuentros.
Estaba por dejar la profesión, cuando un amigo, desaparecido, me dijo – Vos tenés una universidad de títeres, no podés dejarla. – Miguel Cuantó. Miguel dejó en casa no sólo recuerdos, sino trajes. Trajes que hoy, yo me pregunté porque tenían que estar guardados, esos trajes tenían que salir, salen. Han participado en murgas, en fiestas populares, en infinidad de eventos. Yo siento que de esa manera él me está acompañando, porque él me empujó a seguir en este camino.
En este ínterin lo conozco a Luciano que venía del mundo de la poesía, del mundo del teatro. Era actor profesional, trabajaba en el elenco universitario y necesitaban una titiritera para hacer unos trabajos didácticos. Me aparezco yo. Y a los 6 meses nos casamos. A los 6 meses, también, estrenamos nuestro primer trabajo. Previamente habíamos hecho un café concert con un músico, que se llamaba “El arcón de lo imprevisto o balada de un guante garabato”. Balada por el músico, guante por los títeres y garabato por la poesía. Ahí fusionábamos esto de los títeres, la música, la poesía. Nos dimos cuenta que sí podíamos hacer cosas, que lo único que teníamos eran ganas, nuestra pequeña profesión, los cuentos, el olvidado arte de narrar, que para mí fue otro descubrimiento. Desde ese momento apareció la contadora. Desde ese momento en nuetros espectáculos, no sólo hay manos desnudas con algunos elementos, sino también un cuento contado y mimado. Nos habían llegado noticias de que estas mujeres (se refiere a Sara y a Mané) hacían cuentos mimados con las manos desnudas y algunos elementos.
Empezamos nuestro viaje y transitamos del este al oeste, del norte al sur. Íbamos camino a México y no nos daban el pasaporte. Entonces nos fuimos a Buenos Aires para sacarlo y mágicamente nos sale un contrato para trabajar en canal 9.
Luego hicimos giras. Trabajamos por todo el cinturón de Buenos Aires. Allí entendimos que teníamos que hacer el mismo teatro en el San Martín que en una villa. Teníamos técnicos a nuestra disposición, luces. Pero lo que nosotros queríamos era que la esencia no faltara. Entonces empezamos a trabajar un teatro de valija, que hasta hoy en día lo sostenemos.
Después vinieron los hijos. Se puso más difícil. Nuestra primera hija creció y nos preguntaban los directores de cultura o las maestras -¿Quién se la va a cuidar?- A lo que respondíamos – Usted- .Pero cuando nació Federico era más difícil que alguien se encargara de dos personas pequeñas. Entonces yo opté por dejar de manipular, pero no de hacer títeres. Yo los fabricaba y apuntalamos al solista. Los juglares, que así nos llamamos Luciano y yo, andaban por el mundo como solista, mientras yo, por opción, me dediqué a ser ama de casa.
Por eso yo digo soy ama de casa, reivindico ser ama de casa, ser titiritera, ser artista.
En ese tejido que fuimos tejiendo, un buen día me doy cuenta que los hijos se pusieron grandes. Me doy cuenta que yendo a rehabilitación, porque tenía un problema y no se sabía que era, yo quería volver a manipular. Quería volver a empezar con lo que había dejado, que era un cuento de Andersen con un pecesito, que se llamaba Pichiruchi. Entre tanto indagamos en la poesía, indagamos en la radio. El pecesito Pichiruchi, pertenece a ese cuento. En casa me decían que había que empezar con algo nuevo. Y yo no, quería volver con el pecesito. Empezamos a trabajar, hicimos cosas nuevas, fue una etapa maravillosa. Cuando digo maravillosa tiene que ver con lo fantástico, con lo recreativo, porque recreamos una etapa que yo había dejado colgada.
Entre idas y vueltas yo dije que nos ha sostenido todo este tiempo, de esto hace más o menos ocho años, y Luciano, en una vorágine de ideas, escribía posibles nombres. Yo dije - Nos ha sostenido un sueño- y el espectáculo se llamó “Con un sueño en el ojal”. Y “Con un sueño en el ojal”, tuve que dejar de volver manipular porque en realidad esa rehabilitación se convirtió en un tumor en la cabeza, por suerte benigno. Me operaron y quedé hemipléjica.
¿Qué les puedo decir? ¿Qué es un títere? La vida no es fácil, porque el arte de vivir es como el arte del títere. Acá dentro de una bolsa, que vamos a imagir que es una caja… una caja de Pandora… Ustedes conocen el mito de la caja de Pandora. Cuando ella abre la caja salen todas las pestes vamos a develar que pestes salieron de ahí. Se llenó el mundo de enfermedades, de plagas, pero en el fondo, fondo estaba la esperanza.
Y si por algo trabajamos nosotros es por el ser humano, no por el niño o para el niño. No, trabajamos para el ser humano. Si se respetaran los derechos del hombre, no existirían los derechos del niño. Entonces nosotros trabajamos para el hombre, que pasa por distintos estadios y que es la esperanza. La esperanza tiene que ver con lo fantástico.
Así como nosotros tenemos una parte del cerebro que es la lógica, tenemos otra que tiene que ver con la fantástica. Una es el yin y otra es el yan. Yo fui diestra, ahora soy siniestra. Yo fui de derecha y ahora soy de izquierda. Todo se puede en la vida. Los cambios son buenos. Lo único permanente en la vida es el cambio.
Y para qué voy a seguir hablando yo si está ella. El primer derecho del niño es el nombre. Les voy a contar cómo nació ella. Cuando era adolescente, teníamos un mono que se llamaba Toto. Toto cada vez que veía un muñeco gritaba y se tapaba los ojos. Pero cuando la vió a la Tota se puso como frente a un espejo. Y amó a la Tota, por eso ella…
Tota- Me llamo Tota, gusto en saludarlos. Me da mucha vergüenza, porque en realidad…. Me llamo Tota y tengo la piel peluda, vivo en Mendoza, mejor dicho en Las Heras, cerca del Zanjón de los Ciruelos. Vivo en un árbol de manzanas, aunque me gustan las bananas. Tengo mi titirimamá que me ama mucho. Ella sabe lavar, planchar y también abrir la puerta para ir a jugar…

Luego siguió el encuentro con una trabajo de Pelusa con su títere Tota. Más tarde se incorporó al “juego” Sara con su títere Lucesita.

Sarah- (refiriéndose a Lucesita) Este es mi compañero que está cumpliendo con ustedes 60 años, porque nació en el ’46. Yo empecé a hacer títeres en ’44 y en el ’46 lo hice a Lucesita. Pasó por muchas cosas. En Europa se equivocaron y, en vez de un barco que venía a Buenos Aires, lo embarcaron en un barco que fue a parar en Jaifa. Estuvo perdido dos meses. Luego lo reincorporé. Llegó hecho un desastre. Estuvo en el incendio y se escapó, pudo sobrevivir.
Tota- Es un peligro vivir con esta mujer.
Lucesita- Tenés razón, me parece que me voy a ir.
Tota- Imaginate, se caen de una soga, te incendian, te llevan a Turquía. Estamos todos locos, no le hagas caso, venite conmigo.
Lucesita- ¿Sabés una cosa? Hay un peligro. Esta loca tiene un museo, un museo de títeres.
Tota- Que no te deje estático.
Lucesita- Por eso yo no voy nunca al museo.
Tota- Hay que tener cuidado con estas viejas locas…
Lucesita- Me va a meter en una vitrina…
Tota- No jamás, jamás…Por favor venite a vivir conmigo.
Lucesita- Lo voy a pensar.
Tota- No hay caso, no lo convencí. Te doy un beso, hasta cualquier momento. A ustedes también, les doy un beso y me voy. Hasta luego cara de huevo.

Sarah- Después de este dúo, no sé. En realidad tengo otra cosa, si quieren verla.

Sarah realizó un trabajo can una mano desnuda, algunos elementos y música, que concentró la atención por un lapso de aproximadamente 4 minutos.



Con calurosos aplausos ante la actuación y charlas de estas maravillosas "maestras", se cerró la jornada.

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